20/5/08

The Godfather (El Padrino)

Y allí estaba, acomodado en su butaca, atravesando con su fría e implacable mirada a cualquiera que estuviese cerca, atravesándonos a nosotros, mientras su rostro, impertérrito, cortaba el más mínimo atisbo de contacto que pudieran querer tomar. Y así pasaron los días, uno tras otro, mientras los ojos de sus seres más cercanos se apiñaban entorno a él y visulmbraban admiración, apego, emoción, respeto y multitud de virtudes más que sólo podrían ser destacadas en muy pocos hombres... hasta que un día todo se marchó, el sentimiento se desestabilizó, la cuerda se tensó y la relación se rompió, en cambio, su tez seguía impávida, como el primer día, como desde el primer aliento a partir del cual comprendió que su lugar era importante, vital, trascendente. Y siguieron pasando los días, la desolación llegaba, la tristeza se apoderaba del más mínimo recóndito salón de aquel lugar, en cualquier instante y sus facciones se mantenían duras, impasibles, pero hasta lo más duro se resquebraja, y llegó el momento, sus ojos amanecieron cristalinos y su memoria retrocedió hasta aquel preciso instante, el instante que le hablaba sobre sus errores, le acometía en todos aquellos fallos que había ido apiñando tras una y otra decisión erronea, y nos mostraba esa cara de la moneda que esperabamos, que ansiábamos, porque sabíamos que no era tal la contundencia ni el empeine, que tras todo aquel monumento construido a base de vivencias y momentos rotos, también se encontraba un ser con sus debilidades, capaz de reconocer porque en los labios de sus semejantes ya no se dibujaba una sonrisa, y capaz, también, de retroceder, de recordar con el objetivo de desvelarse a sí mismo, que durante todo aquel tiempo, no era quien había creido ser, que sólo era uno más, uno más en la mesa de la cocina, uno más en el inmenso caserón, uno más en la apagada ciudad, y así lo capturó su rostro, desgastado y casi al borde del arrepentimiento, sin apenas mover un músculo...